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LA VERDAD RESTAURADA

Enseñe a su Familia a guardar los Mandamientos

Enseñe a su Familia a guardar los Mandamientos

Los tatarabuelos de mi esposa, Edward y Caroline Owens Webb, estaban entre los Santos de los Últimos Días que fueron expulsados de Nauvoo. El hermano Webb era herrero y, cuando llegó a Council Bluffs, Brigham Young le pidió que se quedase allí por un tiempo para ayudar a los pioneros que se dirigían hacia el oeste en sus preparativos de viaje. Pasaron uno, dos, tres, cuatro y finalmente cinco años antes de que el hermano y la hermana Webb se trasladasen con su familia al valle del Lago Salado. Estaban maravillados de que por fin pudieran unirse al resto de los Santos.

En 1852, los Webb estaban preparados para realizar el viaje y partieron con la última compañía que dejó atrás Council Bluffs. Cuando la compañía llegó al río Platte, se desató una epidemia de cólera en el campamento, y varias personas murieron como consecuencia de ello.

Amasa Lyman dijo al escribir sobre el brote de la enfermedad: "El llanto y el lamento de aquellos que se enfermaban era verdaderamente terrible. El ver cómo alguien caía enfermo en un instante y cómo en cuestión de menos de una hora el brillo de la salud era reemplazado por la palidez de la muerte, y el saber que aquellos que sufrían eran nuestros seres amados, tan queridos por nosotros a través de los más tiernos lazos que unen a los seres humanos, podía partir el corazón. Para la mayoría de los enfermos no habría más descanso que la tumba. Sin embargo, algunos fueron sanados mediante la ministración de un siervo de Dios".

Una joven que padecía la enfermedad mandó llamar al hermano Webb para que le diese una bendición. Aunque su esposa intentó persuadirle de que no fuese, algo que ella nunca antes había hecho, él sintió que debía ir y cumplir con su deber cuando fuese llamado. Con gran fe dio una bendición a la muchacha enferma, la cual fue sanada y pudo llegar al valle del Lago Salado. Sin embargo, él contrajo la enfermedad y murió esa misma noche. Su rudimentario ataúd fue construido con la madera de una caja que estaba unida a la parte trasera de su carromato, y fue enterrado esa misma noche cerca del río Platte. Su esposa escribió: "Falleció lleno de fe en el Evangelio".

Sólo podemos imaginar cómo debió haberse sentido la hermana Webb. En su intento de ayudar a otra persona, su esposo había perdido su propia vida. Habría sido fácil para ella desafiar a Dios, estar enfadada, molesta, y alejar a su familia de la Iglesia. En vez de eso, fue obediente al mandamiento del Señor y llevó a su familia consigo hasta su destino. Fue fiel hasta el final. Ya han pasado muchos años. ¿Qué tiene la familia Webb para corroborar este sacrificio de fe? Cientos y cientos de sus descendientes han sido investidos y sellados en el templo, y son fieles en el reino.

¡Cuán importante es guardar los mandamientos del Señor! ¡Cuán duradero es el impacto de los padres fieles! Esa fidelidad puede extenderse por generaciones de Santos.

Resulta evidente que debemos enseñar a nuestros hijos a guardar los mandamientos. Si les hemos enseñado a volver su corazón al Señor y a percibir las impresiones del Espíritu, el enseñarles a guardar los mandamientos será relativamente sencillo. Además, a medida que los hijos observan cómo sus padres viven los mandamientos, ellos verán, sentirán y conocerán la importancia de hacerlo. Experimentarán las bendiciones que emanan de guardar los mandamientos en una familia fiel y, de ese modo, no tendrán que ser convencidos ni pasar por un período de rebelión,- pero aun así necesitan que se les enseñe.

A veces los padres creen que sus hijos aprenderán a guardar los mandamientos por osmosis o que los aprenderán por sí mismos, y dicen: "Bueno, mis padres nunca me enseñaron y supongo que los hijos tienen la libertad para escoger por sí mismos". Sin embargo, el Señor nos ha dicho que los padres deben enseñar a sus hijos:

 

Y además, si hay padres que tengan hijos en Sión o en cualquiera de sus estacas organizadas, y no les enseñen a comprender la doctrina del arrepentimiento, de la fe en Cristo, el Hijo del Dios viviente, del bautismo y del don del Espíritu Santo por la imposición de manos, al llegar a la edad de ocho años, el pecado será sobre la cabeza de los padres. Porque ésta será una ley para los habitantes de Sión, o en cualquiera de sus estacas que se hayan organizado.

Y sus hijos serán bautizados para la remisión de sus pecados cuando tengan ocho años de edad, y recibirán la imposición de manos.

Y también enseñarán a sus hijos a orar y a andar rectamente delante del Señor.

Y los habitantes de Sión también observarán el día del Señor para santificarlo (D&C 68:25-29).

 

El Espíritu instruyó a Alma sobre la responsabilidad que tenía de enseñar a sus hijos a guardar los mandamientos:

 

Y ahora el Espíritu del Señor me dice: Manda a tus hijos que hagan lo bueno, no sea que desvíen el corazón de muchos hasta la destrucción. Por tanto, hijo mío, te mando, en el temor de Dios, que te abstengas de tus iniquidades (Alma 39:12).

 

El Señor nos hará responsables si no enseñamos a nuestros hijos. El presidente Heber J. Grant declaró:

 

El Señor ha dicho que es nuestro deber enseñar a nuestros hijos mientras son jóvenes y yo prefiero cumplir con Sus palabras más que dar oído a las de aquéllos que no están obedeciendo Sus mandamientos. Es absurdo imaginar que nuestros hijos crecerán con un conocimiento del Evangelio sin que se les enseñe... Mi esposa y yo podemos saber que el Evangelio es verdadero; pero quiero decirles que nuestros hijos no lo sabrán a menos que lo estudien y obtengan un testimonio por ellos mismos. Los padres se engañan a sí mismos si imaginan que sus hijos nacerán con un conocimiento del Evangelio [Confeience Repoit, abril de 1902, página 80).

 

Los líderes de la Iglesia tienen que cuidarse de no suplantar esta responsabilidad de los padres. El élder Boyd K. Packer ha dicho:

 

Obispos, tengan siempre bien presente que los padres son responsables de presidir sobre sus familias. A veces, con todas las buenas intenciones, requerimos tanto de los hijos y del padre, que éste no es capaz de hacer su parte.

Obispo, si mi hijo necesita consejo, primero es mi responsabilidad, y luego suya. Obispo, si mi hijo necesita esparcimiento, yo se lo daré primero y usted después. Si mi hijo necesita corrección, ésa debe ser mi responsabilidad primero, y suya después.

Si yo no estoy cumpliendo como padre, ayúdeme a mí primero y a mis hijos en segundo lugar. No se apresure a retirar de mí el deber de educar a mis hijos (véase Liahona, julio de 1978). 

 

LA ENSEÑANZA DE LA LEY DEL DIEZMO

Hace unos pocos años, uno de mis hijos recibió su primera paga por un trabajo en un cementerio. El cheque era por un total de 245 dólares, y él estaba muy animado para comprar algunas cosas que quería.

Fuimos al banco, donde puso un tercio del dinero en su fondo de ahorro para la misión y se quedó con el resto para pagar el diezmo y comprar una bicicleta. Mientras regresábamos a casa, puso el dinero en un sobre y lo metió en la guantera trasera de la furgoneta.

De repente, otro conductor comenzó a hacernos señales con el claxon, de forma bastante molesta, supuse yo. Nos hicimos a un lado, pensando que quería adelantársenos, pero continuó tocando el claxon y haciendo gestos muy extraños. Finalmente, en un semáforo que estaba cerrado, nos gritó: "¿No sabe que su muchacho está tirando dinero por la ventanilla? Hay billetes de veinte dólares volando por todas partes".

Mientras conducíamos, uno de los hijos más pequeños había encontrado el dinero y comenzó a tirarlo por la ventanilla trasera. Todos nos sentimos muy molestos. Regresamos a la autopista e hicimos una oración, y toda la familia se puso a buscar por unos cien metros a ambos lados de la autovía, pero no encontramos ni un solo billete. (En total se habían perdido sesenta y cinco dólares). Los billetes debieron haberse volado con el paso de los coches o alguien pudo haberlos encontrado. Mi hijo mayor lloraba y estaba muy enfadado, pues en ese mismo momento íbamos en camino a comprar su bicicleta.

Entonces dijo que si utilizaba el dinero del diezmo tendría suficiente para comprar la bicicleta. Nosotros le dijimos que no creíamos que ésa fuese una buena idea, a lo que él argumentó: "Siempre me han dicho que la tierra y todo lo que hay en ella es del Señor. Bueno, Él ya tiene Su dinero". Estaba dispuesto a que le llevásemos a comprar la bicicleta utilizando el dinero del diezmo. Finalmente dijimos que hablaríamos del asunto uno o dos días más tarde, luego de que se hubiese tranquilizado y orase al respecto. Si después de hacerlo todavía quería comprar la bicicleta, le apoyaríamos en su decisión. Si no, tendría que entregar el diezmo al obispo.

Nos pusimos muy contentos cuando a los pocos días lovimos entrar en el despacho del obispo y pagar el diezmo. Había acudido al Señor, recibió una respuesta y fue obediente a esas impresiones. Le dijimos que ciertamente sería bendecido por haber actuado así.

Sin embargo, como suele ser costumbre, comenzó a enfrentar ciertas pruebas. El dueño del cementerio donde trabajaba le dijo que tendría que rescindirle el contrato. El cementerio había sido comprado por otra persona cuyo hijo iba a realizar el trabajo del mío. Mi hijo estaba muy ofendido y nos dijo en broma pero con un tono de seriedad: "Me pregunto si realmente vale la pena pagar el diezmo".

Continuó luchando durante varias semanas, intentando encontrar trabajo en cualquier otra parte, pero no lo logró. Finalmente, un médico que era miembro de la Iglesia lo llamó para decirle que tenía un trabajo para limpiar su despacho y que si lo quería, era de él. Mi hijo acceptó entusiasmado.

Es interesante que, aunque aquel trabajo de limpieza no era tan bien pagado como el del cementerio, el médico se interesó personalmente por nuestro hijo y le ayudó mucho a madurar y a prepararse para su misión. La ganancia que recibió fue mucho más allá del mero aspecto económico.

Esta experiencia de guardar los mandamientos fue una bendición para toda la familia. Y especialmente fue de beneficio para nuestro hijo, puesto que pudo ir a la misión y predicar por experiencia propia sobre la importancia de dar al Señor un diezmo íntegro.( "Como Criar una Familia Celestial"-Gene R. Cook)

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