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LA VERDAD RESTAURADA

EL DAR EL TESTIMONIO

EL DAR EL TESTIMONIO

En mis experiencias en casa y en la Iglesia, aprecio cada vez más el poder de dar testimonio. Pocos relatos sobre la historia de la Iglesia han surtido un impacto más profundo en mí que las siguientes palabras del presidente Brigham Young (1801–1877), sobre quien el testimonio puro ejerció una gran influencia:

“Si todo el talento, el tacto, la sabiduría y el refinamiento del mundo descansaran sobre una única persona, y esa persona fuera enviada a mí con el Libro de Mormón y me lo presentara y me declarara la verdad de él empleando la más excelsa elocuencia terrenal, intentando corroborarla mediante su conocimiento y la sabiduría del mundo, para mí habría sido como el humo que asciende y se desvanece. Cuando vi a un hombre sin elocuencia o talentos para hablar en público y que sólo pudo decir: ‘Yo sé, por el poder del Espíritu Santo, que el Libro de Mormón es verdadero, que José Smith es un Profeta del Señor’, el Espíritu Santo que procedía de aquel individuo ilumin[ó] mi entendimiento y [percibí] la luz, la gloria y la inmortalidad manifiestas ante mí”1. Empleemos las Escrituras y las palabras de los profetas para examinar qué es el testimonio y cómo deberíamos expresarlo. 

Qué es un testimonio 

El testimonio suele definirse como el conocimiento o la certeza de una verdad que una persona declara mediante el poder convincente del Espíritu Santo. El apóstol Pablo enseñó: “...nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo” (1 Corintios 12:3). Dado que las cosas de Dios sólo pueden conocerse mediante el poder del Espíritu, del mismo modo sólo se pueden declarar por el Espíritu, y eso es testificar.

Puesto que el testimonio es personal, al compartirlo solemos emplear el verbo en primera persona del singular (por ejemplo: sé; aunque a veces los padres, los misioneros o los líderes de la Iglesia tal vez emplean la primera persona del plural: sabemos). El testimonio se puede reconocer por el empleo de verbos poderosos, como son: saber, testificar, creer, dar fe, declarar, afirmar, dar testimonio. A menudo comprende la declaración de lo que uno sabe, siente, experimenta o cree, como por ejemplo: “¡Escuchamos!

¡Contemplamos! ¡Admiramos!” (José Smith— Historia 1:71, nota). Habitualmente, un testimonio es una declaración breve, precisa y concisa.

El presidente Boyd K. Packer, Presidente en Funciones del Quórum de los Doce Apóstoles, compartió la siguiente observación: “En el campo misional tuve una experiencia que me sirvió para aprender mucho en cuanto al testimonio. A pesar de que todo parecía estar bajo control, no progresábamos como debíamos. No se trataba precisamente de algo que estábamos haciendo cuando en realidad no debíamos hacerlo, sino de algo que debíamos hacer y que no estábamos haciendo.

“Llevamos a cabo una serie de conferencias de zona para incrementar la espiritualidad en la misión. En vez

de programar instrucciones sobre la mecánica de la obra misional, decidimos efectuar reuniones de testimonios. En la última conferencia, en el testimonio de uno de los humildes élderes, encontré la solución al problema. Hubo algo diferente en cuanto a la declaración de aquel atemorizado y nuevecito misionero. No estuvo de pie por más de un minuto, pero pese a ello, por medio de su expresión comprendí qué era lo que faltaba.

“Los testimonios que escuchamos de todos los demás misioneros se ajustaron, más o menos, a las siguientes palabras: ‘Estoy agradecido por estar en el campo misional. He aprendido muchas cosas. Tengo un buen compañero. He aprendido mucho de él. Estoy agradecido por mis padres. Mi compañero y yo tuvimos una experiencia interesante la semana pasada. Estábamos folleteando y...’ Entonces el misionero relataba la experiencia y después decía algo más o menos así: ‘Estoy agradecido por estar en el campo misional. Tengo un testimonio del Evangelio’, y terminaba diciendo ‘en el nombre de Jesucristo. Amén’.

“Pero el testimonio del misionero que mencioné fue diferente. Sin el más mínimo interés de tomar mucho tiempo dijo simple y rápidamente con voz temblorosa: ‘Sé que Dios vive. Sé que Jesús es el Cristo. Sé que tenemos un profeta de Dios guiando esta Iglesia. En el nombre de Jesucristo. Amén’. “Ése fue un testimonio. No fue simplemente una experiencia ni una manifestación de agradecimiento, sino que se trató de una declaración y de una testificación.

“La mayoría de los misioneros habían dicho que tenían un testimonio pero no lo habían declarado. Este otro joven élder lo había declarado en pocas palabras, en forma directa y elemental, pero al mismo tiempo poderosa.

“Fue entonces que comprendí lo que estaba funcionando mal en la misión. Nos estábamos limitando a relatar experiencias, a expresar agradecimiento, a reconocer que teníamos un testimonio, mas no estábamos testificando”2.

La Primera Presidencia ha recalcado la importancia deser breves y concisos al dar testimonio: “Nos preocupa que haya miembros que desean compartir su testimonio durante una reunión de ayuno y testimonios y no tengan la oportunidad de hacerlo. Se insta a los obispados a ayudar a todas las personas a aprender cómo expresar un testimonio breve y sincero del Salvador, de Sus enseñanzas y de la Restauración, para que haya más miembros que tengan la oportunidad de participar”3.

Lo que no es un testimonio 

En ocasiones se puede aprender mucho acerca de un principio al determinar lo que no es. He aprendido que un testimonio:

• No es una exhortación. Las personas que se ponen de pie durante la reunión de ayuno y testimonios y exhortan a los demás o incluso tratan de llamarlos al arrepentimiento, aun con la mejor de las intenciones, usurpan la autoridad y con frecuencia ofenden a los presentes y perturban el espíritu de la reunión.

• No es una experiencia, a pesar de que las experiencias pueden ilustrar creencia y convicción.

• No es una manifestación de gratitud o de amor, aunque frecuentemente esos sentimientos se incluyen apropiadamente cuando se comparte un testimonio.

• No es una confesión pública.

• No es un sermón ni un discurso sobre un punto de doctrina, aunque alguien podría citar un pasaje de las Escrituras y a continuación dar testimonio de él.

• No es una larga explicación de cómo es que se sabe sino de lo que se sabe.

• No es simplemente pronunciar las palabras: “Tengo un testimonio”

. No es incorrecto decir eso, pero es de esperarse que, después de pronunciarlas, se exprese algo acerca de las doctrinas, de las verdades y de los principios de los que se tiene un testimonio. 

Cómo dar testimonio durante las lecciones y los discursos  

Después de impartir una lección o dar un discurso, por lo general la persona debiera concluir su mensaje con un testimonio formal, como punto culminante de todo lo que se haya dicho. Los misioneros de tiempo completo suelen incluir un testimonio breve y conciso al final de cada principio clave que enseñan y luego concluyen la charla con un testimonio a modo de resumen de los principios clave que se enseñaron.

Aconsejo a los maestros que actúen con cautela en el aula o desde el púlpito a fin de no abusar del uso del testimonio durante sus lecciones y discursos. Es posible que los miembros no escuchen con atención, ni por medio del Espíritu, a testimonios demasiado frecuentes, y los investigadores podrían quedar confusos. Peor aún, podrían interpretar el testimonio como una especie de expresión legal o jurídica. Sencillamente, podríamos hacer que lo sagrado se volviera trivial, con lo que se perdería la fuerza de nuestro testimonio. El Señor nos advierte: “...lo que viene de arriba es sagrado, y debe expresarse con cuidado y por constreñimiento del Espíritu” (D. y C. 63:64). 

Ejemplos de testimonios 

En las Escrituras hay numerosos ejemplos de testimonios puros. Alma sabía que, a fin de rescatar a su pueblo, debía expresar un testimonio puro (véase Alma 4:19). Primero dice a su pueblo cómo es que sabe (véase Alma 5:45–46) y luego da testimonio puro de lo que sabe: “Os digo yo que sé por mí mismo, que cuanto os diga concerniente a lo que ha de venir es verdad; y os digo que sé que Jesucristo vendrá; sí, el Hijo, el Unigénito del Padre, lleno de gracia, de misericordia y de verdad. Y he aquí, él es el que viene a quitar los pecados del mundo, sí, los pecados de todo hombre que crea firmemente en su nombre” (Alma 5:48).

Otro poderoso ejemplo de un testimonio puro se halla en el relato del profeta José Smith y de Sidney Rigdon de la visión de los tres grados de gloria: “Y ahora, después de los muchos testimonios que se han dado de él, éste es el testimonio, el último de todos, que nosotros damos de él: ¡Que vive! “Porque lo vimos, sí, a la diestra de Dios; y oímos la voz testificar que él es el Unigénito del Padre; “que por él, por medio de él y de él los mundos son y fueron creados, y sus habitantes son engendrados hijos e hijas para Dios” (D. y C. 76:22–24).

El libro José Smith—Historia, en la Perla de Gran Precio, se publica en formato de folleto para la obra misional con el título El testimonio del profeta José Smith (artículos 36081 y 32667 002). En este relato, el Profeta declara de manera sencilla pero directa: “...había visto una visión; yo lo sabía, y sabía que Dios lo sabía; y no podía negarlo, ni osaría hacerlo; por lo menos, sabía que haciéndolo, ofendería a Dios y caería bajo condenación” (José Smith—Historia 1:25). Sabemos que Juan el Bautista expresa un testimonio puro cuando emplea la expresión doy testimonio: “Y yo, Juan, doy testimonio de que vi su gloria, como la gloria del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad, sí, el Espíritu de verdad que vino y moró en la carne, y habitó entre nosotros... “Y yo, Juan, doy testimonio, y he aquí, los cielos fueron abiertos, y el Espíritu Santo descendió sobre él en forma de paloma y reposó sobre él; y vino una voz de los cielos, que decía: Éste es mi Hijo Amado. “Y yo, Juan, testifico que recibió la plenitud de la gloria del Padre” (D. y C. 93:11, 15–16).

En algunos pasajes de las Escrituras, el Padre o el Hijo también dan testimonio. Por ejemplo, Nefi oyó el testimonio de Dios el Padre, que declaró: “...Sí, las palabras de mi Amado son verdaderas y fieles. Aquel que persevere hasta el fin, éste será salvo” (2 Nefi 31:15).

El Salvador testificó del profeta José Smith y de la traducción del Libro de Mormón: “Y ha traducido el libro, sí, la parte que le he mandado; y vive vuestro Señor y vuestro Dios, que es verdadero” (D. y C. 17:6).

El Salvador testificó de Sí mismo: “Soy el primero y el último; soy el que vive, soy el que fue muerto; soy vuestro abogado ante el Padre” (D. y C. 110:4).

Siento un profundo agradecimiento por el poder del testimonio puro. Sigo examinando la forma en que expreso mi propio testimonio a fin de que se ciña a los principios correctos que se enseñan en las Escrituras y que imparten los profetas de los últimos días. Testifico que la expresión de un testimonio puro va acompañada de poder divino. 

NOTAS
1. Deseret News, 9 de febrero de 1854, pág. 4; véase
Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia:
Brigham Young, 1997, pág. 73.
2. Véase Enseñad Diligentemente, 1985, págs.
283–284.
3. Carta de la Primera Presidencia, 2 de mayo de 2002;
véase también M. Russell Ballard, “Testimonio puro”,
Liahona, noviembre de 2004, págs. 40–43.

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