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LA VERDAD RESTAURADA

COMPROMETIENDOSE

COMPROMETIENDOSE

No crecí teniendo el evangelio en mi hogar, pero debido a una maestra que tuve cuando era joven obtuve un testimonio personal acerca de la realidad del amor de mi Salvador. Mi maestra no vivía dentro de los límites de nuestro barrio, ni tampoco asistí jamás a ninguna de sus clases formales, pero a pesar de eso la reconozco como mi maestra. A mi maestra se le invitaba frecuentemente a discursar en la Iglesia, y ella me invitó a que fuera su ayuda visual. Después de que ella había instruido amplia y claramente a la congregación, me pedía que cantara “Yo sé que vive mi Señor” como ilustración de los principios que había enseñado. Me sentía halagada por la invitación, y cantaba con todo mi corazón para agradar y honrar a mi mentora, pero algo más sucedió durante ese proceso. Mientras cantaba las palabras del himno, lo supe; supe que lo que estaba cantando era verdad. Supe que Él en realidad vive y que “me ama para siempre Él”. Supe que en realidad Él era “mi amigo fiel”1. Lo supe. Mientras aplicaba mi voz a esa tarea y ofrecía lo mejor de mi talento juvenil, el cielo grabó en mi alma la realidad de las cosas que estaba cantando.

Durante una orientación para los nuevos estudiantes en BYU, una presentadora muy dinámica comenzó diciéndoles que había muchos mitos acerca de BYU. Les aseguró que muchos de esos mitos eran ciertos, incluyendo el que los estudiantes se comprometían mucho. “De hecho –continuó— he estado comprometida varias veces. Me pongo la meta de comprometerme cuando menos cinco veces por semestre”. Los nuevos estudiantes estaban asombrados y riéndose. Ella continuó: “Les sugiero que llamen a sus padres al fin del semestre, aunque sería mejor al terminar esta clase, y les digan que ya se comprometieron”. Ella no se estaba refiriendo al compromiso matrimonial, sino a que se dedicaran a estudiar. Mi servicio como ayuda visual no era tan importante para el éxito de la lección de mi maestra, pero comprometerse a aprender era esencial para lograr un cambio de corazón.

La meta de un compromiso auténtico por parte del estudiante se puede ilustrar con una lección acerca de una manzana. Una maestra que quisiera que sus alumnos aprendieran lo que es una manzana podría pararse frente a ellos y dar una presentación muy bien preparada en la que documentara todas las características de una manzana. Lo probable es que los alumnos saldrían de la clase con más información de la que tenían cuando llegaron. La maestra también podría llevar a la clase la fotografía de una manzana. Esos estudiantes sabrían aún más por haber participado visualmente en el tema. La maestra podría incrementar el alcance de la conexión sensorial si llevara una manzana a la clase a fin de que los estudiantes la vean, la huelan y la palpen. Pero mejor que todo, la maestra que espere dejar una impresión duradera en sus estudiantes podría llevar una manzana a la clase —quizás distintas variedades de manzanas— y ofrecerles probadas de todas ellas. Los estudiantes que participaran totalmente saldrían del salón de clases conociendo el tema personalmente porque se les invitó a que actuaran para que lo enseñado llegase a ser de ellos.

La investigación psicológica demuestra que la gente es más dada a basar sus pensamientos en su comportamiento que a basar su comportamiento en sus pensamientos. Dicho simplemente, si sonreímos, en verdad seremos más felices; si silbamos una melodía alegre, tendremos menos miedo; y si contamos nuestras bendiciones, sentiremos mayor gratitud. O como enseñó el Profeta José Smith, “La fe es un principio de acción”2. Recibimos un testimonio de la verdad y crecemos en la fe al vivir el evangelio. El aprendizaje y la conversión suceden mejor al practicar porque “el que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios” (Juan 7:17). Yo canté “Yo sé que vive mi Señor”, y mientras cantaba esas estrofas, su veracidad se convirtió en mi propio testimonio. El mensaje llegó a ser mío mientras hacía algo al respecto. Esa acción le permitió al Espíritu la oportunidad de sellarlo en mi corazón y me ayudó a saberlo y recordarlo.

Una maestra muy concienzuda que permitió la participación de sus alumnos entendió la diferencia entre el impacto de un entorno pasivo y el de un ambiente activo en el salón de clases. Ella arregló sus salones de clases para que fueran talleres para los estudiantes en vez de salas para las disertaciones de la maestra. Para enseñarles a sus alumnos de once años acerca del sacerdocio, en vez de darles un sermón acerca de los deberes y de la importancia de la ordenación que pronto recibiría ese grupo de potenciales jóvenes inquietos, ella los llevó a la pila bautismal vacía y les pidió que entraran a ese promisorio lugar y que leyeran las escrituras que contienen el convenio bautismal. Juntos, recordaron los detalles de sus propios bautismos. De allí, el grupo participante se fue a la mesa sacramental, donde leyeron y comentaron las escrituras relativas al sacramento, incluyendo las oraciones sacramentales. Desfilaron hasta la oficina del obispo, en la que cada jovencito recibió una papeleta de donaciones y procedieron a llenarla. Comentaron juntos la importancia de esas donaciones y la forma en que usan para ayudar a los necesitados. Terminaron la actividad con dos misioneros que les relataron algunas de las experiencias espirituales que gozaban en su misión. Esos jovencitos de 11 años pudieron hacer preguntas y se les permitió inspeccionar las tarjetas de planificación diaria de los misioneros, el manual Predicad Mi Evangelio y los gafetes de identificación. Al final de esa clase participativa, esos jovencitos entendieron el sacerdocio de forma más profunda y personal debido a que estuvieron, y participaron de una forma activa y multisensorial, en los lugares y en las prácticas relacionadas con el sacerdocio.

Los juegos interactivos pueden ser formas eficaces y satisfactorias de involucrar a los estudiantes en el aprendizaje. El antiguo acrónimo de los niños exploradores, KISMIF [Sus siglas en inglés representan “Keep It Simple, Make It Fun”, que significa “Mantenlo simple, hazlo divertido”.], sigue siendo una guía valiosa. Los escritores John Newstrom y Edward Scanell en su obra The Big Book of Team Building Games sugieren que los juegos en el salón de clases son útiles para explicar claramente un punto; para elevar la moral del grupo; para fomentar la confianza entre los miembros del grupo al compartir sus ideas y buscar soluciones comunes; para promover la flexibilidad entre los estudiantes; y para reforzar los comportamientos adecuados tales como la cooperación, el escuchar y la creatividad. Los juegos son económicos, participativos y de bajo riesgo. Un maestro descubrió que un juego llamado “Bingo para conocerte” al principio de un curso de seminario matutino en un grupo formado por alumnos de cinco diferentes escuelas estableció un terreno común y creó puentes de comunicación entre los estudiantes que no tenían una conexión inmediata. Se efectuó una conexión entre dos estudiantes que eran buceadores certificados; uno de ellos era una muchacha de la escuela al otro lado del estacionamiento. El otro era un muchacho con deficiencias auditivas que asistía una escuela especializada a varias cuadras de distancia. Ambos aprendieron que tenían algo en común en lugar de seguir creyendo que eran muy diferentes. Descargar articulo completo y seguir leyendo

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