Blogia
LA VERDAD RESTAURADA

EL HERALDO DE LA SALVACIÓN

EL HERALDO DE LA SALVACIÓN

La paz, en el sentido del evangelio, es lo importante. Aunque la mayoría de los miembros de la Iglesia saben lo que es la paz, yo creo que aún no se le ha dado a la paz la importancia que merece; probablemente como pueblo no hemos apreciado por completo ¡cuan maravilloso “fruto del espíritu” (Gálatas 5: 22) es la paz y qué es una trascendente manifestación del nuevo nacimiento! La paz es un don invaluable en un mundo que está en guerra consigo mismo. Los discípulos buscan al al que es el Príncipe de Paz para recibir socorro y apoyo. Saben que la paz no es solamente una mercancía apreciada aquí y ahora sino que también es el heraldo de grandes cosas que aún deben suceder. La paz es un signo seguro que viene de Dios de que los cielos están complacidos. Al referirse a una ocasión anterior en que se le había dado el espíritu de testimonio, el SeZor le preguntó a Oliver Cowdery: “¿No hablé paz a tu mente. . . . ? ¿Qué mayor testimonio puedes tener que de Dios? ” (DyC 6: 23).

El pecado y el abandono del deber resultan en desunión del alma, en conflictos internos y en confusión. Por otra parte, el arrepentimiento y el perdón y nacer de nuevo traen tranquilidad y paz. Mientras que el pecado termina en desorden, el Espíritu Santo es un principio organizador que trae orden y congruencia. El mundo y lo mundano no pueden traer la paz. No pueden sosegar al alma, “Paz, paz al que está lejos y al que está cerca, dice Jehová; y lo sanaré. Pero los malvados son como el mar en tempestad, que no puede estarse quieto, y sus aguas arrojan cieno y lodo. No hay paz para los malvados, dice mi Dios” (Isaías 57: 19-21).

La esperanza en Cristo, que es el resultado natural de nuestra fe en Cristo que nos salva, viene por el despertar espiritual. Sentimos nuestro lugar en el familia real y somos consolados por la dulce asociación familiar. ¿Y cual es la indicación de que estamos en el curso correcto? ¿Cómo sabemos que estamos en el arnés del evangelio? “En esto conocemos que permanecemos en él, y él en nosotros, en que nos ha dado de su espíritu” (1 Juan 4: 13; énfasis agregado). La presencia del Espíritu de Dios es el testimonio, la certeza divina de que estamos en la dirección correcta. Es el sello de Dios, su unción (ver 1 Juan 2: 20) su indicación para nosotros de que nuestras vidas están en orden. John Stott, un querido escritor cristiano ha observado: “Un sello es una marca de propiedad. . . . y el sello de Dios, con el cual nos marca como suyos y que le pertenecemos para siempre, es el Espíritu Santo mismo. El Espíritu Santo es la etiqueta de identificación del cristiano” (Authentic Christianity, página 81).

No necesitamos estar poseídos por un sello impuro o sin templanza a fin de ser salvos; solo necesitamos ser constantes y confiables. Dios es con quien hicimos convenios en el evangelio. Él es el socio que controla. Y nos hace saber, por medio de la influencia del Espíritu, que el convenio sigue intacto y que las promesas celestiales son seguras. El Salvador nos invita a aprender las lecciones eternas y reconfortantes de que “el que hiciere obras justas recibirá su galardón, sí, la paz en este mundo y la vida eterna en el mundo venidero” (DyC 59: 23). Paz. Esperanza. Certeza. Estas cosas nos llegan por virtud de la sangre expiatoria de Jesucristo y como resultado natural nuestra nueva creación. Nos sirven como un ancla para el alma, un recordatorio sólido y firme de lo que somos y de Quien somos.

0 comentarios