Comunicación : Cambiar los malos hábitos en nuestra comunicación, nos acerca al divino rol de convertirnos en mensajeros celestiales
La comunicación que corrompe o destruye es aquella en donde son insuficientes la integridad, la pureza, la caridad y el amor incondicional. Esta comunicación incluye palabras denigrantes, críticas o sarcasmos.
Las malas palabras resaltan el defecto de los otros y dificulta la comunicación familiar. Son altamente destructivas de buenos sentimientos, especialmente en los niños, pues destruye el frágil desarrollo espiritual de los mismos.
Esta manera negativa de tratarse en la familia, nos aparta de la idea de ser tratados como hijos de Dios. Los niños creerán lo que los adultos digan de ellos. Si escuchan frecuentemente comentarios negativos, comenzarán a creer realmente las imputaciones que reciben. Se pierde la posibilidad de que compartan sus confidencias, temores o dudas. Y crea la rara idea de que hablar trae problemas.
El uso del sarcasmo se ve mucho en los programas de TV que presentan como normal ese tipo de trato entre la familia. Algunos piensan que eso es tener sentido del humor. Pero es una forma negativa y poco honrosa de tratar a los demás disimulando la crítica detrás de un chiste que pretende ser gracioso. Hacen que el que escucha no tenga deseos de hablar por miedo a ser ridiculizado. Y surgen sentimientos de inferioridad, baja autoestima y conductas hostiles y depresivas. Si se le agrega el comentario final de que no tiene sentido del humor y no se le pueden hacer chistes porque se ofende, entonces la comunicación será en un solo sentido. Así no se edifica ninguna relación.
Si todas las comunicaciones tienen estos patrones, estamos siendo deshonestos con el Padre pues producen daño en el alma de la persona y lo que piensa de sí misma y nos convertimos en destructores de almas en lugar de rescatar y guiar a sus hijos.
Edificar y salvar almas es lo más importante para el Salvador y las familias son el mejor lugar en donde nos podemos elevar a nosotros mismos. Una comunicación edificante es la que intenta llegar al corazón. La que eleva a la otra persona. La que ve el potencial del espíritu. Es positiva y ayuda en la enseñanza de los principios del evangelio.
Una comunicación edificante invita al Espíritu a acudir en nuestra ayuda y tocar el corazón o si es necesario enseñar y fortalecerlo. También incluye las palabras adecuadas para marcar los límites y dar guía clara. Para reprender y corregir.
Todos necesitamos palabras que nos fortalezcan y edifiquen. No palabras aduladoras que no digan la verdad de nosotros. Sino que nos hagan ver el potencial que nosotros no percibimos claramente.
Las palabras con las que nos dirigimos hacia nuestro cónyuge o nuestros hijos no difieren del tipo de comunicación que tenemos con nuestro Padre Celestial. No podemos usar palabras bonitas al orar y denigrantes con los demás. Poco a poco perderemos el deseo y la capacidad de orar sinceramente.
El interés en cambiar nuestro lenguaje también es interés por mantener la comunicación celestial. Es reconocer que muestras palabras pueden sostener a otros. Es sentir amor y caridad. Lo cual dará la habilidad de perdonar más fácilmente y que nuestros corazones estén abiertos a las necesidades de los demás.
Las personas que poseen la voluntad de actuar caritativamente son quienes edifican el reino de Dios en la tierra. Nutren el espíritu, son equilibrados y armoniosos en sus vidas. Saben cómo motivar a los demás enfocándose en sus puntos fuertes. Brindan esperanza e inspiración. Por lo tanto son una bendición en la vida de sus familias y de las personas con las que se rodean. Sus vidas son un testimonio de la caridad del Salvador, pues aplican con amor el evangelio.
Algunos creen que cambiar sus patrones de comunicación es muy difícil. Pero el proceso requiere deseo de aprender. Una vez que se eligió cambiar, reconocer que no es fácil también es reconocer que no hay que darse por vencido. Evitar sentimientos de decepción es asumir que se está en proceso de aprendizaje. Y reconocer los momentos en que se actúa de la manera correcta debe ser algo a disfrutar. Hay cuatro instancias en ese proceso:
Reconocer el daño producido
Limitar nuestros malos hábitos del lenguaje, especialmente el sarcasmo y la crítica.
Utilizar palabras que edifiquen y alienten.
Buscar nutrir a los demás reconociendo sus necesidades.
Esto requiere el desarrollo de otra habilidad, la de someterse a la guía del espíritu para ver en el otro su costado divino como un hijo más del Padre Celestial. Cuando confiamos en la guía de los cielos demostramos que el deseo de cambiar es real. Por lo tanto la posibilidad de lograrlo es factible.
Cada día es una nueva oportunidad de empezar el desafío de convertirnos en mensajeros celestiales. Nuestro radio de acción comenzará con nuestra propia familia y sin darnos cuenta se extenderá hacia el prójimo. Podremos ser verdaderos instrumentos en las manos del Señor al ayudar a los demás a reconocer su propio valor individual. El mismo que debemos reconocer en nosotros mismos.
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HEIMAND DIAZ -