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LA VERDAD RESTAURADA

Sólo Un Maestro

Sólo Un Maestro

A menudo escuchamos la expresión: "Los tiempos han cambiado." Y quizás sea cierto. Nuestra generación ha presenciado enormes adelantos en el campo de la medicina, el transporte, la comunicación, exploración, etc. No obstante, existen esas islas alejadas de constancia en medio del inmenso mar de cambios; por ejemplo, los muchachos todavía son muchachos, y continúan haciendo las mismas fanfarronadas pueriles.

Hace algún tiempo por casualidad escuché lo que estoy seguro es una conversación muy común: Tres niños estaban discutiendo las virtudes de sus padres; uno de ellos dijo: "Mi papá es más alto que tu papá", a lo cual el otro contestó: "Bueno, mi papá es más listo que tu papá." El tercer niño comento: "Mi papá es doctor"; entonces, volviéndose a uno de los demás, dijo en tono de mofa: y tu, papá es sólo un maestro." El llamado de una de las madres concluyó la conversación, pero las palabras continuaron resonando en mis oídos. "Sólo un maestro, sólo un maestro." Un día, cada uno de esos niños llegará a apreciar el valor de los maestros inspirados y reconocerá con gratitud sincera la marca indeleble que tales maestros les dejarán en sus vidas.

"El maestro", como dijo Henry Brook Adams (1838-1918, historiador norteamericano), "influye hasta en la eternidad; nunca sabe hasta qué punto llegará su influencia'. Esta verdad es aplicable a cada uno de nuestros maestros: primero, el maestro en el hogar; segundo, el maestro en la escuela; tercero, el maestro en la Iglesia.

Quizás la maestra que vosotros y yo recordamos mejor sea aquella que influyó más en nosotros; quizás no utilizó el pizarrón ni poseyó un certificado universitario pero sus lecciones fueron eternas y su preocupación sincera. Sí, me refiero a nuestra madre, y a la misma vez, también incluyo a nuestro padre; en realidad, cada padre es un maestro.

El alumno que se encuentra en el aula divinamente comisionada de tal maestro —en realidad, la criatura que viene a vuestro hogar o el mío— es un dulce retoño de la humanidad, recién caído del hogar de Dios; para florecer en la tierra.

El valioso tiempo para enseñar es transitorio; las oportunidades son perecederas. El padre que descuida su responsabilidad como maestro podrá, en años futuros, cosechar una amarga perspectiva en la frase frecuentemente repetida: "Podría haber sido."

Si un padre requiere inspiración adicional para comenzar su tarea de enseñanza encomendada por Dios, recuerde que la combinación más poderosa de emociones en el mundo no sucede por ningún grandioso evento cósmico ni se encuentra en las novelas o libros de historia, sino simplemente cuando un padre contempla al niño que duerme. "Y creó Dios al hombre a su imagen" (véase Génesis 1:27); ese glorioso pasaje bíblico adquiere un nuevo y vibrante significado cuando un padre repite esta experiencia. El hogar se convierte en un refugio llamado cielo, y los padres amorosos enseñan a sus hijos "a orar y a andar rectamente delante del Señor" (D. y C. 68:28). Un padre inspirado nunca cabe en la descripción: "solo un maestro."

Ahora consideremos al maestro en la escuela. Inevitablemente ahí nace esa triste mañana cuando el hogar le cede al salón de clases una parte del tiempo de enseñanza. Juanito y María se unen al grupo feliz que diariamente continúa por su camino desde los portales de casa hasta las aulas escolares. Ahí se descubre un nuevo mundo; nuestro hijos conocen a sus maestros.

El maestro no sólo modela las expectaciones y ambiciones de sus discípulos, sino que también influye en sus actitudes hacia lo futuro y hacia sí mismos. Si un maestro no está preparado, dejará cicatrices en la vida de los jóvenes, y huellas profundas en su amor propio, también distorsionará la imagen de sí mismo como seres humanos. Si ama a sus alumnos y espera grandes cosas de ellos, la autoconfianza de éstos aumentará, sus capacidades se desarrollarán y tendrán un futuro asegurado.Descarga completa

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