La Barra de Hierro
Sinceramente ruego por el espíritu de esta gran conferencia durante los momentos en que estaré aquí de pie.
Hace algún tiempo apareció en el Walt Street Journal un artículo que hace reflexionar, fue escrito por un eminente teólogo de la Universidad de Columbia, bajo el título "Un antídoto para la desorientación", la cual reconocéis como una condición que prevalece en el mundo actual. Cito de este artículo escrito por el rabino Authur Herlzterg:
’La gente entra a la religión por una esencial hambre metafísica, y cuando ésta no se sacia, la religión decae... en el momento que el clérigo se vuelve más mundano, el mundo va hacia el hades más rápidamente.
"... La religión representa el acumulamiento del discernimiento intelectual del hombre durante miles de años, en preguntas tales como la naturaleza del hombre, el significado de la vida y el lugar del individuo en el universo. Esta pregunta, precisamente, es la raíz de la inquietud del hombre.
"El hombre busca algo para poner fin a su estado de confusión y vacuidad... en la locución moderna, un antídoto para la desorientación. No sabemos si las verdades de la tradición religiosa pueden interpretarse para satisfacer esta necesidad, pero estamos seguros de que aquí, no en la agitación política, se halla el sendero de la religión para lo que es de más valor."
Como respuesta a aquellos que puedan andar errantes, en busca de algo que satisfaga su necesidad y que ponga fin a su estado de confusión y vacío, quisiera introducir algunos pensamientos relatando una extraordinaria visión que recibió un antiguo Profeta que se llama Lehi, 600 años antes de Cristo. Para los fieles miembros de la Iglesia, éste será un incidente relatado a menudo, y que se encuentra registrado en el Libro de Mormón. Para aquellos que no profesen nuestra fe, si meditan seriamente, podrá ser de mucho significado a la luz de muchas inclinaciones en nuestra sociedad moderna.
En este sueño, llamado mejor una visión, el profeta Lehi fue conducido por un mensajero celestial a través de un desierto oscuro y desolado, hasta un árbol cargado de fruta deliciosa que probó ser muy satisfactoria para su alma. Cerca de ahí vio un río, a lo largo del cual se encontraba un angosto sendero que conducía hasta el árbol de fruta deliciosa. Entre la orilla del río y el sendero había una barra de hierro, quizás para proteger a los viajeros y evitar que cayeran del sendero hacia el río.
Al mirar, vio grandes grupos de gente que se esforzaban por llegar al campo espacioso donde se encontraba el árbol con la fruta. A medida que marchaban hacia adelante por el sendero, se levantó una niebla oscura, de tal densidad que muchos de los que habían entrado al sendero no pudieron encontrar el camino, se desviaron y se ahogaron en las aguas oscuras, o desaparecieron al extraviarse por caminos extraños. No obstante, hubo otros que se encontraban en el mismo peligro de perderse a causa de las oscuras tinieblas, pero se asieron a la barra de hierro y de este modo siguieron su curso a fin de que ellos también pudiesen participar de las delicias que los habían tentado a ir, pese a la peligrosa jornada. En el lado opuesto del río había multitudes que señalaban con el dedo y se burlaban de aquellos que habían llevado a cabo su jornada.
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