Más diligentes y atentos en el Hogar-Élder David A. Bednar
En 1833, el profeta José Smith recibió una revelación para varios líderes de la Iglesia con una fuerte amonestación de poner en orden a sus respectivas familias (véase D. y C. 93:40–50). Una frase específica de esa revelación sirve de tema para mi mensaje: “más diligentes y atentos en el hogar” (versículo 50). Deseo sugerir tres formas en las que cada uno de nosotros puede ser más diligente y atento en su hogar. Los invito a que escuchen con oídos que oigan y con un corazón que sienta, y ruego que el Espíritu del Señor esté con todos nosotros.
Sugerencia 1: Expresar amor y demostrarlo
Para empezar a ser más diligentes y atentos en el hogar podemos decir a los seres queridos que los amamos. Dichas expresiones no tienen que ser floridas ni extensas; simplemente debemos expresar amor de manera sincera y frecuente.
Hermanos y hermanas, ¿cuándo fue la última vez que tomaron a su compañero eterno entre los brazos y le dijeron: “Te amo”? Padres, ¿cuándo fue la última vez que de manera genuina expresaron amor a sus hijos? Hijos, ¿cuándo fue la última vez que dijeron a sus padres que los aman?
Todos nosotros sabemos que debemos decir a nuestros seres queridos que los amamos, pero lo que sabemos no siempre se refleja en lo que hacemos. Tal vez nos sintamos inseguros, incómodos o quizás un poco avergonzados.
Como discípulos del Salvador, no sólo tratamos de saber más, sino que debemos hacer de manera constante más de lo que sabemos que es correcto y llegar a ser mejores.
Debemos recordar que el decir “Te amo” es solamente el comienzo; debemos decirlo, decirlo de corazón y, lo más importante, demostrarlo constantemente. Debemos expresarlo y también demostrar el amor.
El presidente Thomas S. Monson dio este consejo hace poco tiempo: “Con frecuencia suponemos que [las personas que nos rodean] deben saber cuánto [las] queremos; pero nunca debemos suponerlo; debemos hacérselo saber… Nunca nos lamentaremos por las palabras de bondad que digamos ni el afecto que demostremos; más bien, nos lamentaremos si omitimos esas cosas en nuestra interacción con aquellos que son los que más nos importan” (“Encontrar gozo en el trayecto”, Liahona, noviembre de 2008, pág. 86).
A veces, en un discurso o un testimonio de la reunión sacramental, oímos algo así: “Sé que no le digo a mi esposa con suficiente frecuencia cuánto la quiero. Hoy deseo que ella, mis hijos y todos ustedes sepan que la amo”.
Tal manifestación de afecto quizás sea apropiada, pero cuando escucho una declaración como ésa, me siento incómodo y para mis adentros exclamo que la esposa y los hijos no deberían estar escuchando esa expresión, privada y aparentemente desacostumbrada, en público y en la Iglesia. Espero que los hijos oigan expresiones de amor y vean demostraciones de cariño entre sus padres en el diario vivir. Sin embargo, si la declaración pública de afecto en la Iglesia cae de sorpresa a la esposa o a los hijos, entonces es obvio que se debe ser más diligente y atento en el hogar. Ver discurso completo
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