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LA VERDAD RESTAURADA

Jesus el Cristo : Es Sanado un Leproso

Jesus el Cristo : Es Sanado un Leproso

Al día siguiente del memorable sábado que pasó en Capernaum, nuestro Señor se levantó "muy de mañana" y buscó un lugar fuera del pueblo donde pudiera estar a solas. En un lugar desierto se puso a orar, y con ello demostró que a pesar de ser el Mesías, estaba vivamente consciente de su subordinación al Padre, cuya obra El había venido a efectuar. Simón Pedro y los otros discípulos hallaron el sitio al cual se había retirado, y le informaron de las multitudes ansiosas que lo buscaban. No tardaron las gentes en rodearlo, instándole a que permaneciese con ellos. "Pero él les dijo: Es necesario que también a otras ciudades anuncie el evangelio del reino de Dios; porque para esto he sido enviado". A los discípulos dijo: "Vamos a los lugares vecinos, para que predique también allí; porque para esto he venido." Entonces partió, seguido de los pocos con quienes ya se había relacionado íntimamente, y ejerció su ministerio en muchos de los pueblos de Galilea, predicando en las sinagogas, sanando enfermos y echando fuera demonios.

Entre los afligidos, buscando la ayuda que sólo el Cristo podía dar, llegó un leproso que se arrodilló delante de El, o se postró sobre el rostro, y humildemente le profesó su fe, diciendo: "Si quieres, puedes limpiarme." La súplica subentendida en las palabras de aquel pobre hombre era patética; la confianza que expresaba, inspiradora. La duda que agitaba su mente no era "¿puede Jesús sanarme?"; sino "¿querrá sanarme?". Con misericordia compasiva Jesús puso la mano sobre el doliente, aunque se hallaba impuro, ceremonial y físicamente, ya que la lepra es una aflicción muy repugnante; y sabemos que la enfermedad se había desarrollado extensamente en él, pues nos es dicho que estaba "lleno de lepra". El Señor entonces dijo: "Quiero, sé limpio." El leproso sanó en el acto. Jesús le encargó que se mostrara al sacerdote y ofreciera los presentes estipulados por la ley de Moisés para los casos como el suyo.

Vemos por esta instrucción que Cristo no había venido para destruir la ley sino, como lo afirmó en otra ocasión, para cumplirla, y en esa etapa de su obra aún estaba por consumarse el cumplimiento. Por otra parte, si hubiera prescindido de los requisitos legales en un asunto tan grave como el de restaurar a un leproso proscrito a la compañía de la comunidad de la cual se le había aislado, habría aumentado la oposición sacerdotal—que ya en esa época iba creciendo y amenazando a Jesús—y levantado con ello un estorbo adicional a la obra del Señor. Este hombre no habría de aplazar el cumplimiento de las instrucciones del Maestro: Jesús "le encargó rigurosamente y le despidió luego". Además le recomendó en forma explícita que a nadie dijese la manera en que había sido sanado. Quizá hubo razones muy buenas para insistir en este silencio, además de la regla tan general de nuestro Señor, de no consentir una notoriedad inoportuna; porque si la noticia del milagro llegaba a los sacerdotes antes que se presentase el hombre, podría haber alguna objeción a aceptarlo como persona limpia mediante los ritos levíticos. Sin embargo, el hombre no pudo contener dentro de sí las buenas noticias, sino "ido él, comenzó a publicarlo mucho y a divulgar el hecho, de manera que ya Jesús no podía entrar abiertamente en la ciudad, sino que se quedaba fuera en los lugares desiertos; y venían a él de todas partes".

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