PERPETUEMOS EL OBJETO DEL HOGAR
Alguien ha dicho que el hogar es la fragua del alma. Cuando el hombre se enfrenta con los problemas de la vida, aun teniendo ya el apoyo de la experiencia propia o el abrigo de la madurez moral, frecuentemente sus pensamientos se remontan a los momentos aquellos en que obtuvo sus primeros conocimientos del manantial generoso del hogar.
Lo que la patria es para el soldado, el hogar lo es para el hijo. Todos los actos de aquél son inspirados por la patria que defiende o que está preparándose para defender. En sus momentos de bravura, sólo le guían su bandera, su país y sus compatriotas. Y aun cuando el desaliento o el miedo humano le acongojan, es siempre su patria la que hace renacer su ánimo y sus esperanzas.
También en sus procederes y en su desarrollo el hijo se orienta en base a los principios heredados del hogar. No importa cuán lejos este del mismo—en tiempo o en distancia—el hombre siempre valora el hogar por las ricas bendiciones que contiene o irradiara.
¿Cuál es el objeto del hogar? ¿Podríamos prescindir de él? ¿Qué pasa cuando un niño queda sin hogar? ¿Cuáles son o serán sus reacciones en la vida? Sabido es que la mayoría de los delincuentes, en sus propias confesiones, atribuyen a su orfandad temprana o a la carencia de un hogar bien cimentado las causas de sus desviaciones.
Dios instituyó la familia como fundamento de la sociedad humana. Para tal fin, depositó sobre el hombre la responsabilidad de "gobernar bien su casa y tener a sus hijos en sujeción con toda honestidad' (1 Timoteo 3: 4), proveyendo los medios para su sostén, y a la mujer de prodigar el calor, la ternura y el cuidado del hogar, secundando al esposo en la tarca de ''criar los hijos en disciplina y amonestación del Señor." (Efesios 6:4.)
Todos, padres e hijos, en la unidad del amor, forman un núcleo—la familia—indisoluble aun cuando uno de estos últimos prácticamente se separa, dejando a padre y madre", para formar, a su vez, otro hogar. La familia, si bien es como un árbol que esparce sus ramas más allá del tronco, viene de una sola raíz y nada excepto los pecados imperdonables—podrá separarla eternamente, El hogar, habitación sagrada de la familia, es, pues, el altar del amor—sentimiento puro de origen divino que constituye el único eslabón inquebrantable cutre Dios y el hombre, y sobre el cual se basan todas las leyes del Creador.
El hogar terrenal es semejante al celestial. Todas las actividades reservadas para los que ganen la vida eterna se desarrollarán en forma similar a las de la vida terrenal. Los habitantes del reino de Dios constituirán una gran familia literal. No olvidemos, pues, que esta vida es un ejemplo, no obstante incompleto a imperfecto, de la vida eterna. Y que el hogar es un modelo del reino de Dios. Es nuestro deber perpetuar su propósito, mediante la observancia honesta de las leyes que lo fundamentan.
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