Jesus el Cristo : El proposito de las Parabolas
Cabe tomar nota que se introdujo la enseñanza por parábolas cuando se manifestó una fuerte oposición contra Jesús, y cuando los escribas, fariseos y rabinos escrupulosamente espiaban sus obras, siempre listos para acusarlo con alguna palabra. Era común el uso de las parábolas entre los maestros judíos; y cuando adoptó esta manera de instruir, Jesús realmente estaba siguiendo una de las costumbres de la época; pero entre las parábolas que El habló, y las de los eruditos, no hay más comparación que la de un contraste notable en extremo.
A los discípulos elegidos y devotos que vinieron al Maestro para preguntarle por qué había cambiado de la enseñanza directa a las parábolas, El explicó que aun cuando a ellos les era concedido el privilegio de recibir y entender las verdades más profundas del evangelio, "los misterios del reino de los cielos", como El lo expresó, era imposible que el pueblo en general alcanzara esa plenitud de entendimiento, debido a su falta de receptividad y preparación. A los discípulos que ya habían aceptado gustosamente los primeros principios del evangelio de Cristo, les sería dado más; mientras que a aquellos que habían rechazado el don ofrecido les sería quitado aun lo que anteriormente habían recibido. "Por eso les hablo por parábolas—dijo El—porque viendo no ven, y oyendo no oyen; ni entienden." Citando las palabras de Isaías, demostró que se había previsto el estado de tinieblas espiri-tuales que entonces existía entre los judíos, palabras con que el antiguo profeta había declarado que la gente se volvería ciega, sorda y dura de corazón respecto de las cosas de Dios, de manera que aun cuando oyeran y vieran físicamente, sin embargo, no entenderían.
Palpablemente se manifiesta un elemento de misericordia en la forma parabólica de instrucción que nuestro Señor adoptó en las condiciones que en esa época prevalecían. Si en todo tiempo hubiera enseñado con declaraciones explícitas que no necesitaran interpretación, muchos de sus oyentes habrían sido condenados, pues su fe era demasiado débil y sus corazones estaban insuficientemente preparados para romper las cadenas del tradicionalismo y del prejuicio nacido del pecado, al grado de aceptar y obedecer la palabra salvadora. Su incapacidad para entender los requisitos del evangelio daría a la Misericordia alguna medida justa de derecho sobre ellos, mientras que si hubiesen rechazado la verdad con pleno entendimiento, la Justicia inflexible ciertamente habría exigido su condenación.
En esta amonestación del Maestro quedó subentendido el hecho de que la lección de las parábolas podría entenderse por medio del estudio, la oración y la investigación: "El que tiene oídos para oír, oiga." A los investigadores más estudiosos, el Maestro añadió: "Mirad lo que oís; porque con la medida con que medís, os será medido, y aun se os añadirá a vosotros los que oís. Porque al que tiene, se le dará; y al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará." Dos hombres podrán oír las mismas palabras; uno de ellos escucha con desidia e indiferencia, el otro con una mente activa, resuelto a aprender todo lo que las palabras puedan comunicarle; y habiendo oído, el hombre diligente va luego para hacer las cosas que le fueron recomendadas, mientras que el indiferente las desatiende y las olvida. Uno es prudente, el otro imprudente; uno ha escuchado para su beneficio eterno, el otro para su condenación sin fin.
En el hecho psicológico de que los acontecimientos de una narración impresionante, aunque sencilla, pueden vivir hasta en los pensamientos de aquellos que por lo pronto están incapacitados para percibir otro significado más que el de la propia historia, encontramos otro ejemplo de la misericordiosa adaptación de la palabra de la verdad a los varios grados de capacidad de aquellos que escuchaban las parábolas. Más de un campesino que oyó el breve relato de’ sembrador y las cuatro clases de terreno; de la cizaña que sembró el enemigo de noche; de la semilla que creció aunque el sembrador la había olvidado por un tiempo, recordaría estas cosas a través de las circunstancias habituales de su trabajo cotidiano; el jardinero se acordaría de la historia de la semilla de mostaza cada vez que sembrara de nuevo, o cuando mirara la planta umbrosa, o los nidos de las aves en sus ramas; la señora de casa sentiría de nuevo la impresión de la historia de la levadura al preparar su masa; el pescador con sus redes pensaría de nuevo en los peces buenos y malos, y compararía la manera en que separaba su pesca con el juicio venidero. Entonces cuando el tiempo y la experiencia, incluso quizá algún sufrimiento, los hubiera preparado para pensamientos más profundos, encontrarían y descubrirían las semillas vivientes de la verdad del evangelio dentro de la cascara de un simple relato.
0 comentarios