Enseñe a su Familia por el Espíritu.
Una tarde, hace ya tiempo, uno de mis hijos, que tenía dieciséis años, regresó de la escuela muy enfadado. Tenía algunos problemas para aprender todo lo que necesitaba saber para unos exámenes que tendría al día siguiente y, además, unos amigos habían estado importunándolo. Se sentía muy desanimado y, en su frustración, comenzó a crear cierta contención en la familia. Mi esposa y yo pensamos que quizás debíamos tomar parte. Como ya se acercaba la hora de irnos a descansar, decidimos: "No, lo dejaremos pasar. Esta noche dormirá bien y por la mañana se sentirá mejor". Decidimos no tomar parte, lo cual a veces es difícil, pero creo que fuimos sabios al mantenernos al margen de la situación aquella noche.
Sin embargo, a la mañana siguiente los problemas surgieron otra vez durante el desayuno. Debido a que nuestro hijo estaba enfadado, ofendió a una de sus hermanas, quien comenzó a llorar. Cuando terminamos el desayuno, tomé al muchacho del brazo y le dije: "Hijo, ven conmigo un momento". Lo llevé a mi cuarto, cerré la puerta y me arrodillé. Él también se arrodilló, aunque todavía estaba enfadado.
Me esforcé para orar por él: "Padre Celestial, bendice a mi hijo, porque está molesto. Ha tenido algunos problemas con la familia y está preocupado por los exámenes de la escuela". Le expresé mi amor a través de esa oración de la mejor manera que pude, ejerciendo mi fe en que el Señor le ayudaría en ese día si él enternecía su corazón.
Tras unos pocos minutos, su corazón era humilde y, tan pronto como dije amén, añadió: "Papá, déjame orar". En su oración, pidió perdón, le dijo al Señor que lo amaba y que me amaba a mí. Le dijo que iba a pedirle perdón a su hermana, que se sentía bajo mucha presión pero que creía que el Señor le iba a ayudar. Tras esa oración, padre e hijo se fundieron en un abrazo de amor y, siendo el Señor parte de la solución, el amor existente entre los dos se enriqueció sobremanera.
Se fue a la escuela, hizo bien los exámenes y regresó a casa maravillado, con grandes deseos de contarnos a su madre y a mí acerca de su éxito y de que sabía que el Señor le había ayudado. No tenía ninguna duda al respecto.
Unas dos semanas más tarde, yo estaba bajo mucha presión por tener que dirigir unas reuniones muy importantes y dar un par de discursos en ese día. Nuevamente nos encontrábamos sentados para desayunar y yo no estaba siendo tan atento con algunos de nuestros hijos como debería haberlo sido. Me sentía del mismo modo que se había sentido mi hijo, al punto de tener algún pequeño problema con uno de ellos.
Tras el desayuno, mi hijo me tomó del brazo y me dijo: "Papá, ven conmigo un momento". De nuevo fuimos al cuarto, pero esta vez él cerró la puerta y se arrodilló, y yo me arrodillé también. Entonces oí a ese buen muchacho ofrecer una oración por su padre, diciendo algo así: "Mi papá está muy preocupado. Tiene que hacer ciertas cosas para los cuales no ha podido prepararse como le hubiera gustado. Está preocupado por las reuniones y los discursos. Por favor, ayúdale, Padre Celestial. Por favor, inspírale. Yo lo amo".
No hizo falta mucho tiempo para que un corazón que no era lo suficientemente humilde como debiera haber sido, se humillase con rapidez. Luego, yo ofrecí una oración de gratitud por tener un buen hijo y le pedí perdón al Señor. Tras la oración nos abrazamos y una vez más nuestro amor se multiplicó.
Con frecuencia me he preguntado por qué el amor se multiplica de ese modo en tales situaciones. Es a causa de que el Señor forma parte de la situación. No es por el consejo de un padre o de una madre a un hijo, sino que se debe a que el Señor forma parte del momento y, cuando lo hace, la revelación fluye y el amor se multiplica.
Pues bien, me fui a trabajar e hice todas las cosas que tenía que hacer. Todo salió bien y cuando esa noche llegué a casa, ese mismo hijo, quien había llamado para averiguar a qué hora había salido de la oficina, estaba aguardándome. Cuando me vio, me preguntó: "Bueno, papa, ¿qué tal te fue hoy?". Entonces, la experiencia de aquella mañana volvió a mi mente y contesté con gratitud: "Hijo, éste ha sido un día fantástico. No tenía motivo alguno para estar preocupado. El Señor me bendijo y pude dar los discursos".
—Ya lo sabía—, dijo.
—¿Qué quieres decir?
—Bueno, ya lo sabía, papá. Así es como trabaja el Señor. Hoy he orado por ti diecisiete veces. Oré casi en cada clase, cuando estaba en la cafetería. Hasta oré cuando estaba en el baño para que el Señor te bendijera—. Y entonces añadió: — Ya lo sabía.
He pensado mucho en este acontecimiento en relación a enseñar por el Espíritu. Sospecho que ni yo ni nadie más podría enseñar jamás con palabras o doctrina todo lo que se puede aprender en una experiencia real con el Espíritu del Señor. ( Gene R. CooK "Como Criar una familia Celestial")
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