El Momento Decisivo.
Posiblemente lo más importante en nuestra vida es tener que hacer decisiones. Tenemos la grandiosa responsabilidad de ser nuestros propios agentes. Debemos decidir entre lo malo y lo bueno, entre el fracaso y el éxito, entre la ociosidad y el dinamismo, entre la miseria y la felicidad. Está en nosotros mismos el hacer nuestras propias determinaciones en cuanto a nuestra orientación, tiempo y condición personales. Y ésta es la mayor bendición que tenemos, y que consiste, a la vez, en nuestra responsabilidad mayor.
La parte de la creación que vive bajo el control y la dirección de los instintos naturales, no tiene tal responsabilidad. Una vaca se comporta como las demás vacas se comportan. Una celdilla hexagonal construida hoy por una abeja, tiene exactamente el mismo diseño e idénticas medidas que las que hace mil años construyeran otras abejas. Los gallos cantan en todo el orbe con igual lenguaje, en la misma manera y por razones semejantes. Muchas de las varias formas de la naturaleza están conformadas en base a un mismo molde a medida que nacen, se alimentan, se crían y mueren.
Pero cada ser humano es diferente. En efecto, se ha dicho que existe sólo un punto en el cual todos se parecen, y éste es el hecho de que todos son diferentes entre sí. La razón por la cual los hombres difieren entre sí, es porque cada uno puede obrar por sí mismo; y la mayor empresa de la vida es la responsabilidad de hacer decisiones. Es ésta nuestra más dura tarea y la parte de nuestra existencia que determina nuestro éxito o nuestro fracaso.
El diccionario dice que hacemos una decisión cuando a una parte le otorgamos la victoria sobre la otra. Decidir es "dar fin a la vacilación." Es la "terminación de una duda o controversia." Decidir significa "concluir" después de una cuidadosa investigación o de un razonamiento meditado. Y una real decisión es aquella que comprende un cierto grado de firmeza que nos capacita para llevar a cabo lo que nos proponemos. Algunas veces confundimos decisión con intención.
Una intención, no importa cuan fuerte o buena sea, no es sino un pobre sustituto de aquélla. Casi todo el mundo tiene intenciones de hacer el bien. Pero también se ha dicho que el infierno está pavimentado de intenciones. ¿No es acaso interesante saber que la mayoría de la gente se lleva al infierno las mejores intenciones dentro del corazón? Si éstas hubieran sabido madurarse un poquito más, podrían haber llegado a constituir decisiones suficientemente fuertes como para llevarles al reino celestial. La decisión es una condición mental mucho más avanzada y con un poder mayor que las meras intenciones. Cada ser humano es diferente. En efecto, se ha dicho que existe sólo un punto en el cual todos se parecen, y éste es el hecho de que todos son diferentes entre sí.
Pero las decisiones correctas son a menudo muy difíciles de hacer. Aun el apóstol Pablo parece haber tenido problemas al respecto.
El dijo: "...No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero..." Y luego agregó: "...Queriendo yo hacer el bien...el mal está en mí." (Romanos 7:19, 21)
Una vez escuché a un abogado tratar acerca de otro problema en cuanto a las decisiones. El decía que tenía una "mente judicial", y que por muchos años se había estado preparando para poder mirar con igual consideración a ambas proposiciones de cada juicio en que él intervenía. Si alguien había robado un banco o golpeado a su esposa, él trataba de ponerse también del lado del acusado a fin de entender y apreciar bien el móvil de éste. Pero paulatinamente se le fue presentando el inconveniente de no poder lograr que su mente se decidiera por ninguna de las dos partes. Parecía estar ya permanentemente neutralizado.
La neutralidad o imparcialidad no siempre es una virtud. En una ocasión el gran estadista Winston Churchill fue acusado de no haber sido imparcial en cierto caso. Después de haber admitido la acusación, expresó su cordial preferencia por la parcialidad. Dijo que pensaba que la imparcialidad parecía estar siendo causa de muchos de nuestros problemas en el mundo. Por ejemplo, pensaba
que era ridículo ser imparcial entre un incendio y la brigada de bomberos. Probablemente el infierno conseguía la mayoría de sus candidatos entre aquellos que tenían una fuerte cualidad de ser imparciales. Algunas veces somos imparciales entre el error y la justicia, entre la industriosídad y la haraganería, entre Dios y Satanás. La imparcialidad reduce muchas de nuestras buenas intenciones a un simple estado de trunco desarrollo, en tanto que una cierta parcialidad podría haber derivado en decisiones. Descargar articulo Completo
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